domingo, 9 de junio de 2013

Marcus

-Yo estaba tumbado, pensé que estaba en una cama, pero al abrir los ojos me di cuenta de que esa no era mi habitación y que por tanto yo no estaba en mi colchón.
¿Cómo me desperté? Muy fácil, escuché unos gritos a mi lado, no sabía que había alguien más hasta que empezó a gritar, no levanté la cabeza para mirar, no quería ver a nadie, lo que primero quería  hacer era poner mis recuerdos en orden.
Recordaba que había estado en casa de una chica, creo que nos emborrachamos y vimos una película, ella se quedó medio dormida, ¡qué mala suerte! porque yo quería comentar la película con ella.
Luego me fui de su casa, no sabía muy bien a donde ir y todo parecía que se me venía encima, efectos del alcohol, pero bueno usted me entiende, usted también ha bebido, ¿no?
Lo siguiente que recuerdo es estar en un parque, no había demasiada gente, niños, madres, padres, jóvenes, perros, deportistas de un día, etc., lo típico, ¿no cree?
Yo era feliz, sentado en un banco, hasta que un niño me dio un  balonazo, y no con esas pelotas blanditas de los críos, sino con una de esas duras, me hizo daño, me levanté y la tiré tan lejos como pude, y para mi mala suerte le dio a un niño pequeño en la espalda, lo que hizo que perdiera el equilibrio y se cayera, su madre se puso como loca a buscar al autor de tan cruel acto, yo hice como si la cosa no fuera conmigo y volví a sentarme de nuevo en el banco, otra vez era feliz.
Pasadas una dos horas creo yo, llegaron un montón de perros, los perros no me disgustan pero tampoco me gustan, ¿usted me entiende no? Como le iba contando, llegaron unos perros y bueno, usted ya se imagina ladridos y babas y la época de celo, y oler el culo a los otros perros y bueno usted ya se hace una imagen de mi recuerdo. Mi felicidad se fue a alguna remota isla perdida y ya no volvió.
Yo como buen señor y comportándome como la sociedad me dicta, miré hacia otro lado, y vi a una mujer con unas curvas, de esas que me quitan la respiración, como la sociedad me dicta, me quedé mirándola hasta que cruzó la calle, luego desapareció y yo quedé herido, quizás tendría que haberla perseguido, pero eso creo que no lo dicta la sociedad.
Sentí pena de mí mismo, era una pena melancólica, la mujer con curvas que había cruzado la calle, la chica con la que estuve y no pude comentar la película, el niño que perdió el equilibrio, los perros babeando y yo mirando hacia otro lado, mirando en mí mismo.
De repente, un perro se me acercó y me empezó a ladrar, no lo miré, seguía ladrando, probé con la psicología inversa lo miré y siguió ladrando, miré al perro, él me miró y luego se fue.
Volví a mirar a otro lado, y en eso de que estornudo y veo al perro pero con una pelota roja de goma en la boca, la dejó en el suelo y me volvió a mirar.
Una mujer mayor se acercó y me dijo que lo sentía, que Silly era así con todo el mundo.
-No pasa nada - le dije.
Cogí la pelota y la tiré pero está vez no le dio a ningún niño en la espalda, la pelota robotó en el tronco de un árbol y el perro muy veloz la cogíó antes de que rebotara en el suelo, vino corriendo hacia mí y la volvió a dejar en frente de mí.
-Silly, deja a este señor en paz, no ves que está descansando - le dijo al perro mientras le acariciaba la cabeza.
-¿Cuántos años tiene? - le pregunté.
-Tiene tres años - me respondió la mujer sin dejar de mirar a Silly.
-Yo le preguntaba cuántos años tiene usted - le dije.
La mujer me miró y me sonrió.
-Bueno es de mala educación preguntar la edad de una mujer - me dijo.
-Sí, sé que la sociedad lo ve mal, pero permítame hacer una excepción y ser un caballero mal educado - le dije poniendo el tono de voz de hombre medieval.
La mujer rió y se sentó a mi lado y esta vez fue ella la que le tiró la pelota a Silly para que la vaya a buscar, y tengo que decir que la tiró bastante lejos.
-Tengo cuarenta y seis años - me dijo - no tengo marido ni hijos.
-Bueno, en este mundo hay de todo, mujeres casadas y mujeres solteras - le dije yo quitándole importancia al asunto.
-Sí, eso mismo digo - me dijo sonriendo - Le importaría si lo invito a tomar una taza de café.
-Por supuesto que no, pero antes tendría que ir a dejar el perro en casa, sería injusto dejar al perro atado a una farola - le dije.
-¿Es usted de alguna asociación canina o un ecologista emperdernido? - me preguntó clavando sus pupilas en las mías.
-No, pero sufro con el dolor ajeno, y me pongo en la piel del otro - le dije desviando la mirada hacia el cruce.
Volví a la realidad actual, a mi cama-ataúd, escuchaba la respiración del otro hombre, porque sin duda alguna no era una mujer.
Miré hacia el techo, había un agujero enorme, si llovía me podía mojar y podía contraer neumonía o pulmonía o cualquier cosa acabada en -nía.
Al mover los brazos, me di cuenta que nada me retenía y por cierto el movimiento de mis brazos fue muy lento y con sumo cuidado, moví las piernas con un cuidado tremendo, podía moverlas, moví el cuello y se escuchó un trac, pero segundos después no hubo aparición de dolor alguno, así que todo estaba bien.
Seguía sin comprender cómo había aparecido acostado en ese ataúd y seguía sin entender por qué no me habían atado, ¡qué ignorantes!


No hay comentarios:

Publicar un comentario